jueves, 4 de julio de 2013

El Buffet Privado de la Reina



—¡Dígame, por favor, señor cocinero, que esta vez sí me tiene buenas noticias!

—Gran Visir, mi respuesta es la misma que ayer y que el día anterior… cuatrocientos platillos, hoy y para siempre.

—¡¿Cómo puede ser posible?!

—Debería preguntárselo directamente a Su Majestad, yo sólo soy un simple cocinero.

El Gran Visir estaba por retirarse a su habitación, completamente frustrado, cuando una de las damas más cercanas a la Reina se le aproximó.

—Gran Visir, la Señora Cleopatra desea que la acompañe en su almuerzo de hoy… sígame, por favor.

El Visir asintió y caminó tras la dama, pensando si la reina se habría enterado de sus constantes inquisiciones al cocinero y pensaba ahora destituirlo. Fuera cual fuese el motivo del gran honor de compartir la mesa privada de la monarca, aprovecharía la ocasión para librarse de aquella pregunta que le pesaba hasta en los sueños.

La dama abrió la puerta del comedor privado, uno de los lugares más aislados y desconocidos para el Visir dentro del palacio. El interior lo dejó atónito, una enorme mesa se extendía a lo largo del gran salón, cuyas dimensiones entraban en conflicto con cualquier definición de privacidad o intimidad. Sin embargo, diariamente la Reina Cleopatra se sentaba completamente sola a disfrutar de su almuerzo.

—Veo que has recibido mi invitación, noble Visir, entra y busca en dónde sentarte— dijo la monarca.

El Visir hizo una respetuosa reverencia en señal de agradecimiento y comenzó a recorrer la mesa, completamente desubicado. Según la información del cocinero, la Reina ordenaba que se cocinaran cuatrocientos platillos, lo que ahora podía ver el Visir era que además se disponía una silla frente a cada uno de ellos. Cuatrocientas sillas diferentes para cuatrocientos platillos diferentes. La primer pregunta obvia salió inadvertidamente de su boca:

—¿Esperamos a más gente para comer, Su Majestad?

—No, seremos sólo dos— respondió Cleopatra, acercándose al Visir y notando su evidente consternación —¿hay algo que te inquiete, noble Visir?

—Son todos estos lugares y toda esta comida, su alteza… ¿cómo es que una sola persona, aun siendo la Reina, puede consumir tal cantidad de alimentos?

—Es sencillo, sólo elijo un platillo cada día. Los demás se envían a los comedores para mendigos.

—¿Y no sería más sencillo pedir al cocinero que prepare sólo el platillo que a su alteza le plazca?

Cleopatra sonrió y pidió al Visir que la acompañara junto a la ventana. Afuera podía verse sólo el desierto, tan extenso como alcanzaba la vista.

—Dime, Gran Visir, ¿Qué es lo que ves a través de la ventana? — preguntó.

—El desierto… arena y viento— respondió el Visir, con tono de extrañeza.

—¿Sabes por qué el desierto es mágico, noble Visir? Cuando una persona camina por el bosque o el campo siempre es posible seguir sus pasos, ya que sin importar lo que haga dejará algún tipo de rastro tras de sí; en el desierto esto no sucede, los pasos son inmediatamente borrados por el viento y las colinas cambian de lugar constantemente… en el desierto resulta imposible seguir el mismo camino dos veces.

—Las estrellas, su alteza, nos permiten viajar a través del desierto, y seguir las rutas hacia el Oriente…

—Tienes razón, pero son sólo guías, nos indican hacia dónde virar pero nunca nos dirán cuáles fueron los pasos de otros viajeros. Es por esto que hago preparar cuatrocientos platillos y disponer cuatrocientas sillas diferentes en torno a mi mesa privada. Cada día, al atravesar las puertas de este salón, me libero de la carga de ser una Reina y siento mi espíritu libre volar más allá del desierto hacia el resto del mundo. Camino entonces alrededor de la mesa hasta sentir que uno de los platillos me llama de nuevo a casa…

El Gran Visir permaneció en silencio, estaba realmente sin palabras. Cleopatra caminaba junto a la gran mesa, mirando los platillos y de vez en cuando acercándose para percibir los aromas.

—¿Sabes, Visir? Algunos de estos platillos contienen ingredientes traídos desde los sitios más alejados del gran Imperio Romano y la antigua Persia, sabores exóticos que se alternan aleatoriamente con aquellos mucho más familiares, provenientes de todas las regiones de mi querido Egipto…— la Reina hizo una pausa y miró fijamente al Visir, para preguntarle —¿Dime, cuál es tu platillo preferido?

—Su Majestad, yo nací en Akhmin, al norte de Abydos, ahí conocí sólo las lentejas, preparadas por mi madre, con ellas crecí y son el único alimento con el que me siento cómodo…

—¿Qué dirán los Romanos de mí, si mi Gran Visir, mi Honorable Concejero, sólo come lentejas cual remero de barca? Y yo creía ser una prisionera…

El Visir se sintió reprendido como niño pequeño y bajó la cabeza, después consiguió preguntar:

—¿Prisionera, Su Majestad?

—Soy una Reina, Gran Visir, mi País es mi mundo, tan pequeño o tan grande como pueda llegar a ser, no puedo dejarlo. Por esta razón construí este salón, esta mesa y estas sillas… por esta razón pido al cocinero cuatrocientos platillos todos los días. En esa variedad de sabores e ingredientes exóticos está la libertad de mi espíritu, cuando dejo de ser Reina y sólo soy Yo.

El Gran Visir miraba a Cleopatra alejarse hacia los confines del gran comedor. En su mente aparecía una y otra vez la imagen del desabrido plato de lentejas que al final del día le traía tranquilidad y un sentimiento hogareño de seguridad.

—Su Majestad dijo que al recorrer la mesa uno de los platillos la llamaba de vuelta a casa, eso es lo que siento al comer las lentejas, me siento de nuevo en casa…

—Noble Visir, yo intento hacer mi mundo mi casa. Este banquete es mi mundo y cada día lo recorro una y otra vez hasta encontrar mi casa, sin embargo, todos los días mi casa es diferente. Algunas veces la conozco antaño y otras es completamente nueva y desconocida… elijo un platillo conocido cuando sólo quiero admirar el desierto a través de la ventana, desde lo alto de mi palacio; y elijo un platillo nuevo cuando en mi corazón existe el deseo de vivir en el desierto y más allá, donde las huellas del pasado desaparecen, dejándome sólo ver el emocionante futuro y sus posibilidades. Recorro parajes que nunca hubiera imaginado, tengo aventuras agradables y terroríficas, y sólo así puedo saber realmente qué es lo que me gusta comer. Sólo así hago crecer mi mundo y dejo de sentirme prisionera… sólo así puedo saber quién soy.

El otrora orgulloso Visir veía su vida entera comprimida en el espacio entre las lentejas, por primera vez en su vida no le apetecían en lo mas mínimo. Comenzó a admirar con ojos distintos la gran mesa privada de la Reina, aquel enorme buffet que sustituía al mundo entero. En silencio comenzó a recorrerlo igual que lo hacía Cleopatra, poco a poco comenzó a sentirse atraído por los exóticos aromas de aquellos extraordinarios ingredientes de los que le había hablado la Reina.

Un olor en particular captó su atención, lo siguió hasta encontrar el platillo del que provenía y sin dudarlo más se sentó frente a él. Tan sólo bastó con probar el primer bocado para que sus ojos, que veían un desierto sólo hecho de arena y viento, pudieran ver en él el mundo entero.

-Xesus Fajer.

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