lunes, 18 de noviembre de 2013
Mañana
Se derrumba la cúpula, aquella techumbre de roca y argamasa alguna vez decorada para Dios mismo. Los pedazos aplastan lo que queda del altar, desgarrando aún más la tela blanca que se encuentra ya podrida por la humedad. Aquello causaría gran estruendo, si hubiera alguien que pudiera escucharlo. Los corredores, flanqueados por enormes columnas, son iluminados por luz que ahora se abre camino en el enorme agujero en el cruce de las bóvedas. Las imágenes de los santos han comenzado a desvanecerse, su pintura se pierde, sus rostros lanzan miradas fantasmas que rozan los rincones oscuros de la catedral que agoniza. Afuera, en la enorme plaza, los juncos ocupan los sitios que alguna vez estuvieran destinados a los vendedores ambulantes, pequeños islotes sobresalen donde quedaran autos abandonados, corroídos por el contacto con el agua. Todo edificio mostraba ya señales de negligencia, nadie ya estaba ahí para mantener la ciudad, las voces humanas no eran más que ecos en la profundidad de torres y palacios. La vanidad de hombres y mujeres de despedazaba con cada nuevo derrumbe, muy lentamente desaparecía de aquel sitio lo eterno en la cultura humana, dando paso a la victoria de la naturaleza...
Desde hace miles de años el Valle de México alberga una considerable población de seres humanos, que han obtenido de él todo cuanto recurso han encontrado. Rodeado de montañas cubiertas de bosque, de las que fluyen interminables arroyos que confluyen en un sistema lacustre con la capacidad de sostener importantes ecosistemas, a pesar de la constante influencia destructiva de las personas. Caza, pesca, agricultura, agua limpia, materiales de construcción y un clima privilegiado, todo esto ha favorecido la constante expansión de los asentamientos humanos en el valle, hasta alcanzar niveles demográficos que lo colocan entre las zonas más pobladas del mundo. Hoy sabemos que las bondades del Anáhuac son finitas, que sus ecosistemas están descompuestos, que el agua es contaminada y desperdiciada y que sus bosques desaparecen. La plaga de la humanidad ha arrasado con un antiguo paraíso, que desde siempre ha ocultado en sus entrañas la posibilidad de vengarse de sus lentos asesinos. Entre sus montañas cubiertas de bosques se ocultan poderosos volcanes, sus ríos secretos son capaces de convocar las más terribles tormentas, y su suelo espera el momento de vomitar de nuevo los interminables lagos que alguna vez lo cubrían. Ciertamente las fuerzas creadoras han dotado a este sitio de tantas bendiciones como maldiciones, y llegará el día en que paguemos la deuda de la que por tanto tiempo hemos sido acreedores.
El Valle de México es simplemente una maqueta del mundo entero, del planeta que ha ofrecido a la especie humana los recursos para su imparable desarrollo, y que lentamente se quiebra ante la torpeza de nuestro andar. Todo aquello que hemos construido parte de la destrucción de algo más, las estructuras que diseñamos, ya sea para soportar enormes torres o para gobernar sociedades, comienzan a colapsar bajo su propio peso. Hoy que nuestro planeta alberga cerca de siete mil millones de personas nos encontramos mucho más cerca del punto de quiebre de lo que queremos aceptar. Mientras los líderes del mundo maniobran para seguir sosteniendo el frágil universo financiero, se dejan en segundo plano las acciones en favor de la Tierra, que de por sí son insuficientes. Hoy sufrimos ya lo que será la siguiente generación de temporadas climáticas, las tormentas tropicales, los frentes fríos y los huracanes cobran fuerza debido a la desestabilización del sistema climático. Las temperaturas del mar y la atmósfera aumentan cada vez más, rebasando la línea de retorno. Las cosechas sufrirán ya sea por la sequía o el exceso de lluvias, las costas serán arrasadas una y otra vez por poderosos huracanes, las praderas serán barridas por tornados y poco a poco la humanidad sufrirá cada vez de más hambre. Los recursos económicos no serán suficientes para solventar las consecuencias de los desastres naturales, aunados a la falta de alimentos, las emergencias médicas, la creciente
enfermedad y la escasez de agua potable. Las guerras del hambre y la sed desestabilizarán a la sociedad, causando primero la caída de los Estados pobres, provocando enormes migraciones hacia los países con más recursos. Helados inviernos diezmarán Europa y Norteamérica, poniendo a las potencias del mundo de rodillas. Y cuando el polvo se asiente, tras la guerra, el planeta respirará profundamente, intentando olvidar aquella terrible plaga que lo azotara durante cinco mil años. Los sobrevivientes humanos, sumando ahora cerca de setecientos millones, deberán encontrar una nueva forma de relacionarse con el mundo, teniendo como recordatorio la ruina de su civilización.
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